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Francesca Dalla Benetta – Modernariato Onírico

Publicado el: 22 de agosto de 2016 | Categoría: Cultura

Ernesto Zavala I Masa Crítica

“La filosofía no está hecha para reflexionar.
Nadie necesita a la filosofía para reflexionar.
Ésta consiste en crear e inventar conceptos,
es un acto de creación de la misma manera
que un pintor hace un cuadro
o un cineasta una película”
Gilles Deleuze

[bscolumns class=”one_half”]Desacreditando al elevador[/bscolumns]

La Fundación Sebastián, ubicada en San Pedro de los Pinos, recibió la exposición de Escultura y Grabado Identitá Transitorie de la artista italiana, residente en México desde hace más de nueve años, Francesca Dalla Benetta. Esta exposición, a su vez, está basada en personas de origen italiano que viven en México. Cada grabado y escultura es una historia con líneas de interpretación hacia lo familiar y lo extraño, es una conexión de lazos y afinidades con un ambiente nuevo desde extranjeros hacia México. Esta “lectura geográfica” de la exposición es significativa por el propio peso que tiene la migración en el país. Ésta es un factor de gran peso en toda cultura y tiene justamente esa doble cara: no sólo son los individuos que salen sino también aquellos que entran. Una lectura de superficie de esta exposición revela la importancia de la comunidad extranjera en México que se vincula más allá del turismo, extiende raíces y florece. La migración hacia México es el primer sobresalto estético que puede apreciarse, resignificando el territorio nacional como un terreno fértil para el arte.

La exposición se componía de esculturas y grabados sobre figuras humanas; historias de valor y virtud de los personajes que las inspiraban y que daban títulos, en italiano, a las obras. La visión del cuerpo en el arte de Francesca Dalla Benetta tiene una importante carga onírica. En principio, apenas unos cuantos tenían los ojos abiertos. Los protagonistas estaban dormidos, en una clara influencia surrealista. Los sentidos, entonces, estaban reinterpretados desde el estado de un sueño transitorio. El oído podía verse en una de las esculturas dentro de la cabeza o, en otras, cubierto por un cabello floral. La voz podía encontrarse sutilmente como inscripciones sobre la piel de algunas o de manera explícita como una garganta abierta que permitía ver un corazón rodeado de encajes. Sobre algunos cuerpos había flores pintadas y una llevaba dentro de la frente una flor; en otras el cabello era el que florecía o se transformaba en un elemento marino esponjoso o coralino. Las esculturas dormitaban entre los espectadores en una transformación hacia lo vegetal y lo mineral. Flores sobre los cuerpos, en las barbas y las cabezas, en el pelo o dentro de la frente Los sentidos estaban desconectados de la conciencia y del propio cuerpo que se abría como una jaula de la que escapaba la naturaleza.

Los grabados tenían también, casi en su totalidad, los ojos cerrados pero, en cambio, tenían ojos abiertos en las manos o en la frente. Había de hecho muchas manos, no sólo las del personaje sino “otras” manos que colgaban como dijes, que envolvían el rostro. La insistencia de los ojos cerrados en los rostros de los grabados, pero abiertos en sus manos muestra que, más que una decisión técnica, como sostiene la propia Francesca Dalla Benetta, es también una sinestesia, un guiño de sentido hacia la exaltación de lo manual. Podría decirse que es una fórmula de inspiración escultórica: “Cuando se cierran los ojos se abren las manos”. El tacto por encima de la vista como posibilidad creadora, al final el arte debe ser más que sólo observado. El arte debe asirse como una herramienta de identidad o emplearse como un vehículo para llegar a otro lado.

México ha sido siempre lugar propicio para el surrealismo. La obra recoge la experiencia de vida de Francesca Dalla Benetta en las propias calles de la ciudad, los mercados de chácharas, transitando entre las arbitrarias combinaciones arquitectónicas y el collage de individuos que transitan en un mismo espacio en un mismo instante. Que “la vista no sea suficiente” y demande el tacto es una de sus cualidades. El tacto exige el manejo y la apropiación del mundo, su transformación; expresa que el arte no es únicamente contemplar sino transformar el mundo, como siguiendo la tesis once de Feuerbach. La vida en una existencia cotidiana tan contradictoria requiere una ruta de salida, pero no mediante una Revolución. El día a día se convierte en las revoluciones, hipnóticas que anteceden al encantamiento. El sueño se convierte en el escape, el descenso por los escalones de uno mismo donde se abren nuevamente los ojos para ver un lugar en el que el mundo y sus objetos logran también otro tipo de existencia más allá de la vida útil. El sueño es revolucionario pues cualquier cosa puede adquirir significado por encima de la producción y la reproducción, los objetos también despiertan.

En obras anteriores de Francesca Dalla Benetta esto es una característica: los objetos se transforman adquiriendo rasgos y partes humanas. Teléfonos con dedos o jaulas con partes de cuerpos, que también, adquiriendo cualidades objetuales, se combinan como piezas de rompecabezas. Sobre la pared de su estudio vuelan unas figuras cuyas alas son manos. Al interior de ese espacio es posible adentrarse un poco mejor en su imaginario. El extranjero es ahora el visitante, algo que en la exposición no era evidente en un primer momento: su arte nos convierte en forasteros. Francesca Dalla Benetta sutilmente transforma a los espectadores. Los trabajos anteriores permiten ver que su labor artística ha tenido una fuerte carga de transformación de lo humano. Figuras voluptuosas, deformes, quemadas, monstruos enmascarados, insectos, objetos cotidianos intervenidos integran los trabajos de Francesca Dalla Benetta en su estudio; la existencia diaria se quedó fuera, estás de pronto al interior de un sueño.

[bscolumns class=”one_half”]Fuerza de voluntad[/bscolumns][bscolumns class=”one_half_last”]Capacidad de imaginación[/bscolumns][bscolumns class=”clear”][/bscolumns]

Años atrás, cuando llegó a México, fue como parte del equipo de maquillaje para la película Apocalypto y, si bien ella busca como artista liberarse de las influencias, también permite transitar más cómodamente entre sus obras. Definitivamente hay una carga de maquillaje y efectos especiales en ellas, la sensibilidad del cine está presente en ellas, así como también del propio arte de happening y performance en el que se formó. Es una artista de este siglo. Desde ese punto se puede apreciar cómo interactuaban las esculturas en Identitá Transitorie con los invitados durante la inauguración, o de otra manera al cierre con el baile y la improvisación musical del que formaban parte. “Step Inside My Dream” (Sic) es la invitación que nos hace Francesca Dalla Benetta en su página web y que a su vez se vivió en su más reciente exposición en la Fundación Sebastián.

Dormidas en sus sueños minerales, las esculturas expresan la ensoñación por la naturaleza. Las piezas nos proponen caminar en ese sueño, sólido, escultórico, proponen la resurrección heroica de la figura humana dentro del imaginario indómito de Francesca Dalla Benetta. La búsqueda del pasado no está anclada en el origen, lo transitorio del tiempo es lo que permite la propia identidad. Ser, dejando de ser; Identidad Transitoria.

El pasado se recuerda también en los objetos que despiertan emociones. La experiencia estética que la escultora nos ofrece está entre el dormir el sueño de la inspiración y el despertar de la emoción. Nos muestra cómo modelar recuerdos como futuro. Con esa energía ha conseguido también que objetos comunes y corrientes despierten del sueño de lo inanimado, ahí está la victoria de lo onírico. Los objetos se animan y del disco de un teléfono viejo salen dedos o del marco de una fotografía sale una figura de gran cornamenta que nos observa con familiaridad, ahí está ocurriendo un arte onírico.

El coleccionismo de objetos del pasado se puede distinguir, al modo italiano, por dos rutas: el anticuariato y el modernariato. No sólo existe el pasado arcaico, también lo que acaba de suceder es pasado, el pasado reciente, algo más cercano a la idea de Vintage. Francesca Dalla Benetta combina “objetos modernos”, que son de algún modo ya inútiles, y los reconstruye dándoles existencia ulterior. Por otro lado todo sueño, también es pasado y como tal, los sueños son el objeto primordial de su escultura. Los sueños, como fragmentos, se van reagrupando en cada uno de los trabajos, combinándose con materiales diversos y cobrando corporeidad como presente. El sueño deja de ser pasado mediante la mano de la escultora. La cualidad “de presente” de las piezas recobradas e impermeabilizadas contra el olvido constituye el modernariato onírico de Francesca Dalla Benetta.

Volviendo a Deleuze, que habla sobre Vincent Minelli, justamente en una charla sobre cine: “El sueño tiene que ver antes que nada con los que no sueñan. El sueño es una terrible voluntad de potencia y cada uno de nosotros somos más o menos víctimas del sueño de los demás; incluso tratándose de la chica más encantadora, ésta es una devoradora, no por su alma sino por sus sueños”. Lo que podría atemorizar de este arte onírico es primordialmente estar a merced de lo desconocido. Una mujer hermosa que sueña es más peligrosa que una que esta despierta. Sin embargo podría haber una finalidad en aceptarse al interior del sueño de otro, la experiencia onírica restablece más que la conexión de la conciencia. El sueño revela la existencia de otra realidad. Es posible admirar el sueño de alguien como una obra de arte, más o menos indescifrable, algo cercano a una película; para apreciar la obra de Francesca Dalla Benetta podría ser útil incorporar definitivamente ese valor fílmico: sus obras e incluso los espectadores de ellas se revelan como personajes oníricos ¿Cuál es esa “película”? ¿Qué sueñan las esculturas? Nos podemos preguntar por los propios sueños, el lugar donde el mundo se vuelve nuestra propia obra, el lugar donde nos encontramos con la propia identidad disfrazada, el lugar donde experimentamos cotidianamente, sin darnos cuenta, soledad e incomunicación. El sueño, comportamiento instintivo, fisiológico, visto en el siglo veintiuno como un acto estético: el momento en el que cualquiera adquiere propiedades de un objeto y se convierte en una escultura. Un acto imposible, misterioso arte, paradoja de la naturaleza porque no puedes soñar y mirarte dormir a la vez.


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